Las noticias alrededor del mundo crean una imagen de aumento de violencia, miseria y sufrimiento. Más de 65 millones de personas han sido desplazadas forzosamente alrededor del mundo, debido a conflictos o persecución, lo cual es un número record. También hay alrededor de 10 millones de personas sin nación, a quienes se ha negado nacionalidad y derechos básicos. Además, en varias partes del mundo, gobiernos y grupos armados están abusando de los derechos humanos en una multitud de formas, mientras que las autoridades toman medidas agresivas contra las voces disidentes y el discurso de odio va en aumento.
Pero el sufrimiento causado por todas estas cosas no está generando la respuesta que uno esperaría. El constante fluir de informes de eventos infelices ha adormecido los sentidos de muchas personas, con el resultado de que lo que solía ser alarmante antes ahora es considerado rutina, mientras no lo afecte a uno o a los seres queridos directamente. Incluso cuando algo llama la atención de las personas y las hace preocuparse, eso es rápidamente hecho a un lado por sus prioridades más inmediatas e importantes.
Alguien enredado en sus propios deseos, responsabilidades, presiones y problemas, puede difícilmente pensar en otros. Este tipo de individualismo hacia aquellos en sufrimiento, tiene a ser tendencia global hacia políticas más agresivas y divisionistas, en las cuales ‘otros’ son culpados por los problemas y el miedo y el ‘chivo expiatorio’ son usados para ofrecer soluciones simplistas y falsas a asuntos complejos. De hecho, en un desenvolvimiento inquietante, los gobiernos están prometiendo ahora a su gente seguridad y prosperidad a cambio de una entrega de derechos y libertades. Tras la apatía, el egoísmo y la desconsideración cruel de otros, yace la ignorancia de los lazos espirituales que unen a las personas de este mundo para formar una familia humana.
Antes que nada somos seres espirituales, o almas, e hijos del Alma Suprema. Una persona nacida en pobre o en otra religión no es menos ser humano que uno. Todos tenemos esperanzas y aspiraciones similares y queremos vivir una vida pacífica y feliz. Pero olvidamos esta verdad básica y nos identificamos unos a otros con las etiquetas de género, nacionalidad, raza, etc. Esto alberga sentimientos de ‘nosotros’ y ‘ellos’ y evita que sintamos el dolor de otros y que les prestemos ayuda. Pero uno podría preguntar, ¿qué puede hacer un individuo por los millones de personas que están sufriendo?
Así como los lazos espirituales que nos conectan y unen son sutiles, el servicio que cada uno de nosotros puede entregar a nuestros hermanos y hermanas menos afortunados, es sutil. No tiene que ser asistencia material o legal, que dure poco. A veces, todo lo que podemos hacer, ricos o pobres, jóvenes o viejos, es tener buenos deseos y sentimientos compasivos por ellos. Pensamientos y sentimientos crean vibraciones, los cuales desarrollan el ambiente correspondiente.
Cuando un estable número de personas tienen cierto tipo de pensamientos, el poder de sus vibraciones comienza a influir el pensamiento de otros y por tanto, iniciar el cambio. Para alguien que está sufriendo, el solo saber que alguien conoce su padecimiento y se preocupa por es un gran consuelo. Es una forma sutil pero muy poderosa de servir a otros. No cuesta nada, e incluso los que están enfermos o impedidos pueden hacerlo porque no requiere de esfuerzo físico.
Todo lo que se necesita es un corazón preocupado y el deseo de ayudar a otros seres humanos. Es el deber de todos nosotros, afortunados de no haber experimentado las aflicciones sufridas por una gran parte de la humanidad, el hacer todo lo que podamos para reducir el dolor y el sufrimiento del mundo. Si solo nos contentamos con ser felices y nos empeñamos en ignorar lo que otros están pasando, estaríamos fallando en nuestro deber como miembros de la familia global.
Tomado de la Revista Purity, dic 2017
Traducción: Belén Romero